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Cada época deja su impronta



Cada época deja su impronta, máxime cuando miramos a una gran ciudad centenaria como Madrid. Del pasado árabe lo más interesante está bajo tierra (el alcantarillado actual debe tener unos tramos impresionantes). De la reconquista a los Reyes Católicos están esas preciosas miniaturas mozárabes, como San Nicolás o San Pedro el Viejo, culminadas por la torre de los Lujanes. El plateresco o gótico isabelino se conserva en la ETSAM, donde está la portada del hospital de la Latina, y completamente refulgente en los Jerónimos; si bien, Isabel la Católica puso sus ojos en Toledo pensando en la posteridad y su descanso eterno en San Juan de los Reyes.


Carlos V y Felipe II no dejaron grandes obras como en Granada, Valladolid o en ese imponente monasterio que dio lugar a El Escorial. Aunque se advierte claramente la contundencia del herreriano en los bolones de granito del puente de Segovia y todos tenemos en la cabeza la armoniosidad del estilo toscano-flamenco que sepultó el plateresco en la península y la rigurosidad y sobriedad de las líneas del escurialense, que grabó el espíritu de la Contrarreforma en piedra.

Los Austrias menores y el Siglo de Oro han quedado asociados al rojo carmesí de las plazas mayores encaladas, a los chapiteles de pizarra, paños de ladrillo y portadas de piedra de las que parecen salir las entrañas de los edificios más que servir de acceso a los mismos.


Las esencias arquitectónicas de los Borbones nos hacen volver la mirada a Carlos III como gran estilista; con el granito neoclásico mezclado a veces con el ladrillo (como en el Museo del Prado), y que, siendo deudor del estilo del Palacio Real, hecho a medida de la nueva dinastía, fue continuado hasta Isabel II, que terminó de institucionalizarlo con el Palacio de congresos. No obstante, Carlos III ya lo había puesto cara de Ministerio con cuarteles reales, academias e instituciones diversas.

No queriendo divagar mucho más sobre esto y para terminar de centrar el tema, podemos volver la vista al siglo XX con el racionalismo teñido de tricolor por la época y los dos estilos que retratan el franquismo en sus periodos: el neo escurialense (con ínfulas de revitalización imperial) y el triunfo de van der Rohe y la arquitectura internacional plasmado en el Ministerio de Sanidad, el de defensa y en los iconos olvidados como el hospital de la Paz.


Ahora que los Reyes no son tan importantes (o por lo menos no tienen poder de decisión para marcar las épocas del país), podríamos decir que las mejores aportaciones de las épocas de Aznar y Zapatero han sido la T 4 y el soterramiento de la M 30 respectivamente. Y todas estas obras y edificios son y serán recordados, no por su estética (que también) o por la nobleza de los materiales con los que se construyeron, sino por el servicio que han supuesto a los ciudadanos que han habitado la ciudad a lo largo de las diferentes épocas. Uno de estos servicios puede ser el de dar lustre y fama a la ciudad por su la nueva apariencia que de ella proyectan (véase la Torre Eiffel o el Guggenheim). De ahí que la función estética, el efecto sanador inspirador de la belleza sea importante también.


Pero parece como si en estos tiempos faltase un poco de concienciación sobre la acción civilizadora de la arquitectura. Da la impresión de que, en esa locura, por la funcionalidad, eficiencia y rentabilidad máxima, se pierden matices y visiones que acaso hoy asociamos a la Ilustración. Un edificio, una infraestructura, tiene capacidad de resolver muchas carencias que tienen que ver con la cuestión humana y no tanto la económica. Por eso es chocante ver cómo en algunas ocasiones parece que en las grandes ciudades hemos vuelto al modelo desorganizadamente medieval de construir en donde y como se pueda, sin atender a razones espirituales, sociológicas, sociales e incluso mentales. No estaría de más recordar a John Nash y tener presente que la maximización del beneficio común no consiste en la maximización del beneficio individual. Para ello se necesitan instituciones, arquitectura, construcción e ingeniería valiente, responsable, con perspectiva.


Y buenos ejemplos de ello hay, como puede ser Madrid Río o Matadero, o incluso una cosa tan tonta como la de ampliar las aceras en Gran Vía; que dan cuenta de lo necesario que es la que la arquitectura mejore nuestras vidas, en lugar de hacernos ricos.






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