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LIBERTAD EN TIEMPOS DE CUARENTENA

Actualizado: 26 abr 2020

Desde hace más de catorce días Madrid se ha quedado en silencio. Las imágenes de una ciudad vacía ponen los pelos de punta. Es complicado de entender, todo es raro, todo es diferente, incluso el hecho de que ahora sabemos quiénes son los vecinos de enfrente. Llevamos días en casa, lo cual supone también una lucha constante; hacer frente a pasar tiempo con uno mismo, a estar en paz con nosotros y con los nuestros, a saber gestionar el aburrimiento, a aprender a trabajar sin tus compañeros, a tomar el café de media mañana fuera de la oficina o a ver a toda tu clase a través de una pantalla, a olvidarnos lo que era coger el metro en hora punta, ver muy lejano lo que era buscar una mesa para cenar el viernes por la noche o un bar con sitio para tomar una copa, han pasado solo dos semanas y parece de otro tiempo.

Otro tiempo alejado del actual: el tiempo de la empatía. Por eso ahora entendemos (o al menos creemos entender) a los familiares que tenemos lejos, a los amigos que llevamos semanas sin ver, a nuestros abuelos e incluso al que sale al balcón de enfrente que hace días no sabíamos ni que existía. Una empatía que, al menos, alivia. Alivia ante las noticias de contagios y fallecidos que no dejan de crecer. Son tiempos tan raros que nos han enseñado lo que es saludar al vecino por la ventana cuando sale a pasear al perro, que nos han enseñado el valor de una videollamada con alguien que quieres, que nos ha enseñado a recuperar aquellas cosas que hacía mucho no teníamos tiempo de hacer. Y es que resulta que al final vamos a valorar más las relaciones humanas después de todo o quién sabe, igual somos tan inhumanos que pronto se nos vuelve a olvidar lo que hemos sentido en este parón que la vida nos ha obligado a hacer.


Decía que Madrid está en silencio, que la gente que ocupa sus calles cualquier día de la semana ha desaparecido. Que la ciudad está descansando, respirando, que la ciudad se siente libre. Nunca había visto el cielo tan azul desde mi casa. Aun así, no nos dejemos llevar por el silencio y acordémonos de todos aquellos que trabajan a un ritmo frenético, sin descanso, sin protección y luchando contra muchas más cosas además del maldito virus. Estoy segura de que Madrid estará encantada de vernos aplaudir en el balcón, pero cuando esto pase quizá sea necesaria una autocrítica, plantearnos cómo tratamos a aquellos que son tan imprescindibles y en los que ponemos toda nuestra confianza para salir de esta (y no me refiero a los políticos, por supuesto).


Sé que recuperaremos la libertad, que Madrid romperá su silencio para volver al ritmo que tanto la caracteriza, que las terrazas y otras tantas cosas buenas y necesarias volverán a la calle, que se romperá la distancia física y que volveremos a ver a todos los que, ahora, echamos tanto de menos. Hoy ya queda un día menos, mientras tanto dejemos que Madrid continúe con su silencio y su descanso.

¡GRACIAS POR LEERNOS Y ÁNIMO!

PD: Todos los dibujos en las imágenes son de Luis J. San José (@the_luisja_project)



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