top of page
Buscar
  • Foto del escritortrianglephoto21

MADRID: POSTMODERNOS Y CHULAPOS

Hay veces que las olas del progreso borran los castillos de nuestro mejor folclore, cuyos cimientos entroncan y mezclan con las raíces de nuestra historia y cultura.


Muchas veces toda aquella novedad que sustituye a lo viejo produce una sensación amarga, no sólo por la nostalgia de lo perdido y nuestros tópicos universales de “tempus fugit” y “memento mori”, sino porque lo nuevo no siempre tiene que ser mejor que lo antiguo. De seguro que no será peor (de todo se aprende y hay que ser positivista convencido), pero eso no implica que se obtenga una ventaja comparativa respecto a la situación anterior.


Por ilustrar mentalmente la idea mejor pensemos en cuando hemos visto derribar un edificio con más años que nuestros padres, de esos en los que cuando la piqueta llega a la entreplanta hacen que la calle huela a humedad, y construir en su lugar un bodrio con puertas de acero inoxidable brillante, rampas tan mal pensadas que harán sentir culpable a cualquier persona con discapacidad que haga uso de ellas y en definitiva un estilo tan ecléctico y poco armonioso que hace pensar que hay un ingeniero tratando de realizar una instalación industrial en plena ciudad en vez de un arquitecto preocupado en cierta manera por crear un espacio armonioso.


Pues es Madrid una excepción frente a los imparables avances de cualquier tiempo en el que se unen perfectamente los bagajes de los usos y costumbres con los vientos del cambio en una especie de ajedrez en tablas entre lo contemporáneo y lo que los oriundos denominan castizo.

Así pues, es factible tomarse un bocadillo de calamares, con sabor a freidora, sobre una barra de aluminio, acompañado de una caña tirada en vaso de media altura tirando a pequeño, limpiarse las manos con esas servilletas de papel transparente que ponen “gracias por su visita” (y que en la mayoría de estos lugares incluyen un grabado poco pensado pero demasiado reconocible sobre el sitio en cuestión) y a continuación ir al local de al lado a tomar unas croquetas de quinoa con salsa Teriyaki y una copa de vino tinto ecológico.


Ambas filosofías conviven estupendamente en esta ciudad, son un Quijote y Sancho que cabalgan juntos y se profesan mutuo respeto y admiración, de saber que mejor que derribar hay más mérito en rehabilitar, que reciclar es más beneficioso que tirar. Y es ahí donde reside la clave del magnetismo de la capital española, en que paseando por el centro si uno callejea se puede sentir en el Siglo de Oro al pasar por delante de tantas fachadas rojizas enrejadas con contrafuertes de redondeados granitos y desear comprarse una prohibitivamente cara capa de Seseña, puede sentir que pasea por la quinta avenida si pasa por delante de las luces de musicales, escaparates y neones de la Gran Vía e incluso puede sentir que no está uno en la piel de toro, sino en un cosmopolita y sobrio país del norte de Europa si se sienta en un café de mesas minimalistas de madera, paredes de ladrillo visto blancas y tazas de colores pastel.


Ni qué decir tiene que con la compañía y conversación adecuada en algunos cafés puede uno viajar hasta la mejor tertulia del siglo pasado y sentir como si en sus afirmaciones le acompañaran o discreparan Galdós, Baroja, Machado, Valle-Inclán, Gasset o quien sea.

Y es por ello que como lema de esta ciudad de postmodernos y chulapos no debiera decirse nunca: fuera lo viejo y bienvenido lo nuevo; sino: viva el Quijote y los Javis. Que en Madrid nada sobra y todo cabe.

27 visualizaciones0 comentarios

Entradas recientes

Ver todo
Post: Blog2_Post
bottom of page